Indicador Político
Carlos Ramírez
- Vara: medir y ser medido
Más que el número de personas que salió el sábado a protestar contra la incapacidad de las autoridades para combatir la inseguridad, el mensaje más preocupante fue el indicio probado de las rupturas del tejido social y de los acuerdos políticos.
Convocados por la clase media lastimada por la delincuencia aliada al poder, dos millones de personas se encontraron el sábado clamando en el desierto. Si el presidente de la República quiere evitar que esa clase media quede al garete, se aleje más del PAN y comience a gritarle incompetente al gobierno federal, no tiene más que un camino: replantear la estrategia contra la delincuencia y pedir la renuncia a varios de sus colaboradores.
A diferencia de la marcha de 2004 y por encima de los programas incumplidos contra la inseguridad, la manifestación del sábado fue la más numerosa en los ámbitos capitalino y nacional en toda la historia independiente del país. Y tuvo una agenda precisa: no la exigencia de resultados, sino el reclamo del empresario Alejandro Martí: \”si no pueden, renuncien\”.
La semana pasada se mostró la incapacidad de las autoridades. En el país, el narcotráfico siguió su escalada contra las policías y pasó a la guerra de las mantas. En la ciudad de México, el gobierno perredista del DF mandó dos mensajes singulares: la liberación de Guillermo Zayas, el encargado del operativo en la disco News Divine por una sospechosa averiguación previa mal integrada, y la reaparición política del delegado Francisco Chíguil como el poder tras del trono en la delegación Gustavo A. Madero. El narco sigue sin control gubernamental y el PRD prefiere la complicidad política y del poder que la exigencia ciudadana de castigo a los responsables de la muerte de nueve jóvenes y tres policías.
La marcha del sábado mostró la rebelión de las clases medias, ahora con el objetivo de exigir renuncias de los funcionarios responsables del área de seguridad pública. Y si la propuesta más audaz del presidente Calderón y de Marcelo Ebrard fue la incorporación de la ciudadanía a las labores de observación -que no de vigilancia legal, con pronunciamientos vinculantes de carácter administrativo y penal-, fue la misma ciudadanía la que salió a reclamar resultados, no a buscar subsidios, cargos o labores de espías ciudadanos en el DF.
El principal consenso de los gobiernos se localiza en la clase media no militante, exigente y sin ideología. Pero el PRD prefirió sus cuadros del lumpen controlados con dinero, el PAN se olvidó de la clase media que lo llevó al poder y lo sostuvo por seis años más, y el PRI simplemente carece de autoridad moral siquiera para sacar la cabeza porque los años de la gran crisis -1968-1999- fue la responsable de la corrupción, la represión y la pobreza que provocó la quiebra de los acuerdos sociales fundamentales.
Poco se puede agregar al sentimiento de rabia, frustración e impotencia del sábado, tres ingredientes que suelen ser los motivadores de la radicalización pasional de las clases medias. Pero por primera vez hay puntos de referencia diferentes: antes era la queja, la expectativa a la respuesta gubernamental y la paciencia. Hoy ya no. El grito de batalla del sábado fue claro: \”si no pueden, renuncien\”.
El único que tiene la oportunidad de cambiar las cosas es el gobierno panista. El PRI es el responsable del modelo de seguridad pública creado para la represión y no para la lucha contra la inseguridad y el que pervirtió el control de la delincuencia para usarla como mecanismo de control social vía el pánico contra la sociedad. El PRD carece de interés en el gobierno y sólo busca estructurar un gobierno corporativo peor que el PRI, además de basarlo en el fundamentalismo caudillista.
Pero el PAN ya casi no tiene tiempo. Fox cometió el error de no gobernar y de dedicarse a los places del poder, con la corrupción personal, familiar e institucional incluida. Ahora Calderón debe decidir si construye un nuevo sistema de seguridad pública para la democracia con operadores ajenos a los compromisos del viejo régimen o si enfoca la seguridad pública como un asunto de castigo y no de conformación de sistema político. Bien mirada, la verdadera transición de Calderón a la democracia no se dará en reformas electorales para restaurar la partidocracia, sino en un sistema de seguridad pública que rompa con las complicidades del poder, que genere nuevos consensos sociales y políticos y que cree las condiciones de la estabilidad para el desarrollo y no la inestabilidad para el control político y social. Lo grave es que las mafias del crimen organizado están redocumentando las complicidades que había con el priismo, pero ahora con las policías del gobierno panista.
Los reclamos de las clases medias contra la inseguridad suelen derivar en exigencias de endurecimiento. Y mientras los partidos se jalonean los pequeños espacios de poder o viven sus pasiones insanas de derrotas rumiadas, la sociedad no tiene más que tres caminos: la victoria del crimen organizado sobre el poder, la consolidación de la democracia, o el fascismo. Y el fascismo se construye sobre el fracaso de los políticos.
De nada sirve rasgarse las vestiduras contra el conservadurismo de la sociedad mayoritaria si partidos y políticos sólo piensan en sus pasiones y corrupciones y se han olvidado de liderar a los ciudadanos.