Entres explosiones y balazos, los domingos son de mercado

Ir al mercado todos los domingos es todo un espectáculo.

Las bromas entre los mercaderes son la cotidianidad de las mañanas domingueras. Que si acusan a la hermana y le echan en cara que ni para el gasto deja. Que si ya se dicen cuñados, sin serlo; que se alburean unos a otros y hasta las mujeres le entran. Que si a la marchanta la despachan con una sonrisa en la boca y siempre acompañado de la clásica frase de pásele güerita.

Ir al mercado todos los domingos, la verdad es divertido.

Lo de hoy no varió mucho, de no ser por aquella explosión que retumbó en toda la zona de la colonia San Rafael, hacia el centro de la ciudad de México.

Bromeando, siempre bromeando, aunque su vida pueda estar en juego, los puesteros no dejan de externar su preocupación. ¡Órale! qué fue, eso gritaron al unísono varios de ellos. Qué corro, pero hacia donde corro, si ni siquiera sabemos en donde fue la explosión, dijo el más viejo de los carniceros.

Eran aproximadamente las once de la mañana, cuando se escuchó un fuerte tronido. Un transformador dijo una señora del puesto de la carne. No, un tanque de gas, expresó el de las naranjas. En cuanto comiencen a pasar las ambulancias, nos daremos cuenta si hubo heridos o muertos, comentó el ayudante del Carnicero. Todos siguieron trabajando, pero sin dejar de voltear para todos lados.

Por la calle de Villalongín, corrieron varios muchachos en dirección hacia Insurgentes. Pensamos en algo desastroso por la magnitud del estruendo.

La verdad, ¿qué pasó? nadie supimos. Ya en el puesto del pollo un chiquillo de quizá seis años, llegó corriendo y dijo a su \”abuelo\” -en broma por supuesto- fui al chisme; vengo del chisme, pero nunca nos comentó lo que pasó.

Le preguntamos, volteó y expresó, explotó un coche.

Antes, frente al puesto de las naranjas una tercia de jóvenes había informado que se trataba de la explosión de un tanque de gas en el museo del Eco, un recinto pequeño que se encuentra en la calla de Sullivan, precisamente frente al monumento a la Madre, donde este domingo se pone un tianguis del Arte, allí donde los pintores y vendedores de utensilios, herramientas y pinturas, exponen semana con semana.

La curiosidad era grande; sólo pasaron un par de patrullas y un carro de bomberos, tal vez una cisterna, pequeña, pero ni humo, ni gritos, ni fuego, ni destrozos.

Pasamos unos minutos más tarde por el lugar y no vimos nada. ¿Qué fue la explosión?, nadie sabe. recorrí las páginas de los diarios en Internet y nadie da cuenta de lo que sucedió, igual que aquella tarde que en otro de los tianguis de la ciudad, en aquel que se pone, también los domingos, en la avenida Álvaro Obregón, hacia el sur de la ciudad.

Ese día, para variar, me tocó estar en el lugar de los hechos, pero ahora me tocó a sólo un metro de distancia.
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Circulaba por la avenida, después de hacer mis compras, para dar vuelta en la calle de Sánchez Azcona, y bajar hacia Monterrey. Me tocó el alto, cuando de repente salieron policías de todos lados.

Junto a mí un vehículo compacto, que ya había yo volteado a ver, pero al que no dí importancia.

Cuando lo rodearon los uniformados, que bajaron de varias patrullas carros atrás, con pistola en mano, me di cuenta que traía una ventanilla rota. El conductor aceleraba pretendiendo avanzar, sin conseguirlo, porque tenía vehículos al frente. Pensé que le pegaba al mío.

Consiguió avanzar unos centímetros, pero ya los policías estaban sobre él. Como pudieron le abrieron las portezuelas. Otros, inconscientes, dispararon a las llantas, que pese a estar a escasos cincuenta centímetros, no lograron atinar.

Y digo inconscientes, porque ustedes se imaginarán la cantidad de gente que hay en ese mercado, siendo cerca de las doce del día. Lleno estaba y los policías de Seguridad Pública del Distrito Federal, disparando sus pistolitas, que parecían de juguete, porque a la vista saltaba que no eran más allá de unas .22 mm.

Sacaron al individuos del carro, lo subieron a su patrulla y se lo llevaron.

También me pregunté, ¿qué hizo? Alguien dijo que acababa de robar el carro que conducía. Atrás lo seguía un taxi y el chofer iba muy enojado, porque supongo que en el trayecto de la huida golpeó su unidad el presunto delincuente.

\"\"Yo traté de orillar en un breve espacio mi carro, para que no lo golpearan ni unos ni otros. Me subí en el estribo, saqué mi valioso teléfono celular y tomé unas fotos, muy malas por cierto, mientras de la camioneta delante de mí, una pareja de chinos o japoneses o tailandeses, orientales, pues, se escurrían entre los asientos y salía de su vehículo agachados para correr, porque los tiros de las pistolitas y el corredero de policías los pusieron en un predicamento.

Domingos de mercado. Domingos de diversión, pero también, en ocasiones, de tensión repentina.

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