Salvador García Soto
Serpientes y Escaleras
24 de junio de 2008
En el círculo cercano de Ebrard ya se habla de la salida de Ortega como un escenario inminente, y se comenta que al jefe de Gobierno “no le queda de otra” más que recomendar la remoción de su muy cercano.
Entre los 12 muertos el viernes durante la estampida humana en un bar y los dos policías federales linchados en San Juan Ixtayopan en 2004, hay un común: en las dos aparece la figura de Marcelo Ebrard Casaubón como el hombre que pudo y debió evitar esas muertes.
Pero hay otra cosa que podría equiparar esos dos casos: la salida del secretario de Seguridad Pública por su responsabilidad en la tragedia.
Si hace tres años Marcelo fue removido de la SSP capitalina por el entonces presidente Vicente Fox, que atendió la indignación popular desatada por los linchamientos y removió al entonces titular de la Seguridad capitalina, hoy sería de esperarse que el presidente Calderón procediera de la misma manera.
En el círculo cercano de Marcelo a se habla de la salida de Joel como un escenario inminente, y se comenta que al jefe de Gobierno “no le queda de otra” más que recomendar, en el informe que ya anunció entregará a la Presidencia de la República —responsable del nombramiento del secretario de Seguridad capitalino— la remoción de su muy cercano Joel Ortega.
El propio jefe de Gobierno, a juzgar por la velocidad con que respondió en el caso, y el reconocimiento de “errores” en el operativo policiaco en la discoteca, sabe por experiencia lo letales que pueden ser estas tragedias para cualquier político o gobernante; máxime si, como aquí, los muertos son nueve jóvenes que celebraban un fin de curso y tres policías. Declarar a la ciudad “de luto” y hablar de “consternación, dolor e indignación” son formas con las que el jefe de Gobierno intenta sacudirse responsabilidad y exorcizar cualquier mención que reviva los “fantasmas” de Tláhuac.
Desde el fin de semana, Ebrard decidió poner en manos del presidente Calderón la decisión de remover a Ortega y dijo a sus cercanos que no se opondría al ejercicio de la facultad presidencial. Marcelo sabe que entre la negligencia y la torpeza con que actuó la policía de la ciudad, y el hecho irrefutable de que fue Joel quien otorgó en 2003, como delegado, la licencia para el funcionamiento de la discoteca New’s Divine, no habrá otra salida para su cercano colaborador.
En el sacrificio de su secretario de Seguridad, considerado incluso uno de sus posibles sucesores, Marcelo sabe que se juega su propia supervivencia y la salida a una crisis difícil como la que ya vive su gobierno por las muertes de los jóvenes. La pregunta que queda es si los paralelismos con el caso Tláhuac seguirán.
A Ebrard su salida de la SSP, el 6 de diciembre de 2004, le significó, paradójicamente, un fortalecimiento, porque Andrés Manuel López Obrador decidió rescatarlo y lo integró a su equipo como secretario de Desarrollo Social, cargo desde el que empezó a construir su candidatura a jefe de Gobierno. ¿Qué hará ahora Marcelo si el presidente Calderón decidiera, a partir del informe que le presentará el GDF, destituir a Joel Ortega? ¿También lo arropará y lo integrara a su gabinete? ¿También le permitirá reinventarse para buscar en 2012 la jefatura de la ciudad?