José Cárdenas
Ventana
Me lo dijo mi general: “No se les olvide a nuestros gobernantes que la caída de Roma comenzó cuando el imperio descuidó a sus ejércitos. Después del ejército, para el Estado soberano no hay viabilidad a menos que nos invada otro ejército. El gobierno está jugando la última carta. Ha desplegado a 35 mil soldados y a otros tantos miles de policías federales. La apuesta es enorme y riesgosa”.
Tiene razón mi general. La estrategia de sacar al Ejército a las calles para frenar el narcocomercio no ha dado el resultado que se esperaba. La violencia no para. Lo perciben ocho de cada 10 mexicanos. Más de mil 100 cadáveres, en los primeros 60 días del año, son la prueba fehaciente (sin contar los 6 mil 500 del año pasado). Son los saldos sangrientos de un negocio que vale anualmente 124 mil millones de dólares sucios.
En esta guerra, el gobierno mexicano se empeña en imponer la razón por la fuerza. Ataca sin estrategia, sin inteligencia. La Fuerzas Armadas se desgastan, se cansan. El Ejército desplegado en cada foco rojo del país queda expuesto a la corrupción y a la derrota.
El discurso presidencial se ha vuelto monotemático. Suena como un susurro en una tormenta de rayos y centellas. Se habla de combatir al narco como si ya hubiéramos vencido a la pobreza y la ignorancia. El panorama para Felipe Calderón no puede ser peor. La violencia y la crisis económica mundial lo tienen atenazado, sin contar la inminente derrota panista en las próximas elecciones.
El gobierno está más ocupado por la mala imagen de México en el mundo. No le interesa que se hable del narco de la puerta hacia afuera, prefiere que todo se quede en casa, pero cuando se nos menciona en el mundo, es precisamente por el tamaño de la tragedia mexicana. El aguacero arrecia y Calderón eleva su enojo cuando el vicepresidente de EU advierte la incapacidad del gobierno para controlar partes del territorio nacional. Joe Biden propone un plan para negociar con los capos.
Vivimos la relación más ríspida en dos décadas y viene en camino una mano de hierro con guante de seda, la de Hillary Clinton. Hay emergencia de miedo. Calderón debería hablar menos y trabajar más. Señalar los hechos como son. No acusar recibo público por las bravuconadas del elefante que tenemos de vecino.
El tiempo apremia, sobre todo ahora que Estados Unidos contraataca con la idea del Estado fallido y amenaza con militarizar la frontera. Ni por la lista de Forbes, en la que Emilio Azcárraga, Alfredo Harp y El Chapo Guzmán valen lo mismo.
Así están las bofetadas.