Un día, hace más de 27 años, Leopoldo Mendivil, en ese entonces director de Difusión del Instituto Politécnico Nacional, me dijo a propósito de León Roberto García, \”pudo haber sido uno de los mejores periodistas de México, pero el alcohol lo perdió\”
Y sí, León Roberto García vivía en las cantinas de México, en los bares de las zonas más \”rimbombantes\” de la ciudad. Lo mismo se le veía en el Rincón Gaucho, que en La Latino, en el Venadito, que en la Guadalupana de Coyoacán.
Regresó de Brasil, a donde fue embajador Extraordinario y Plenipotenciario de México, del 24 de febrero de 1977 al 1° de junio de 1978, después de haber armado todo un escándalo en la sede de la Embajada, donde organizaba grandes \”reventones\” tras la separación de su esposa, una modelo brasileña que lo dejó por lo mismo… por el alcohol.
Yo lo conocí por mero accidente. Mi hermano se lo encontró en Acapulco, en uno de esos viajes de placer que él realizaba a las cotas de México. Y eso se debió a que el hijo de León Roberto jugaba con la arena cerca de mi hermano y se pusieron a jugar juntos.
Después de platicar Hugo y León Roberto, éste le ofreció mandarlo a Francia a prepararse para el \”futuro de México\”
Y es que León Roberto pertenecía a un grupo selecto de intelectuales de este país, que eran coordinados por el ya ex presidente de la República Mexicana, Luís Echeverría Álvarez.
Ahí se podía encontrar a Porfirio Muñoz Ledo, que a Rodolfo González Guevara o Adolfo Aguilar Zinser. Sí , en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo (CEESTM), que tenía su sede allá por San Jerónimo, muy cerca de la casa-prisión de Echeverría en esos tiempos, donde permanecía bajo la consigna de haber sido el operador de la Guerra Sucia en contra del movimiento estudiantil de 1968. Se le llama Genocida.
Al saber de la existencia de León Roberto García y de tener sólo unas pequeñas referencias, consulté con Eduardo Deschamps –un viejo periodista, amigo de la familia–, si lo conocía. Me contestó afirmativamente y me comentó que era un muy buen periodista. Creo habían trabajado juntos en Excélsior, en la época de Julio Scherer.
Un día estando sentados en el Rincón Gaucho, ya en tratos con él para ayudarle a hacer un libro que tenía proyectado, nos topamos con un señor canoso, con el que se saludo muy amistosamente. Se dieron un fuerte abrazo y me presentó con él.
Le dijo \”este muchacho acaba de salir de la escuela de periodismo, dale trabajo en tu revista, ¿Cuándo lo recibes?\” Él contestó \”que me vea el próximo miércoles allá en Fresas\”. Por supuesto, nunca fui.
Pregunté que quién era. La repuesta fue elocuente \”Julio Scherer, el director de Proceso, pero déjame sacar el puñal. Estos son los abrazos del diablo, pero hay que hacerlo\”, contesto León Roberto.
Yo empezaba en esto del periodismo, así es que no entendía muchas cosas ni el vocabulario que se empleaba entre los hombres que hacían el periodismo en México.
Nos sentamos en la mesa y platicamos sobre el proyecto. De repente apareció en el fondo del mismo restaurante otro sujeto. A ese sí lo conocía yo. Se llama Tarcisio González, en ese momento aspirante a la dirigencia de la Confederación Nacional Campesina, porque decía ser de origen campesino, pero tenía una facha más de delincuente que de trabajador del campo.
León Roberto García lo saludó a lo lejos y aquel se acercó a la mesa. Igual, se dieron un abrazo -no sé si con puñalada o no, pero se lo dieron muy fuerte-. Me presentó con él y le dijo \”oye que le debes una\”. Y es que en cuando lo ví le dije a León Roberto que este sujeto era un \”ojete\” y que había pretendido a mi esposa de la forma más vil que lo puede hacer un individuo en esta sociedad, cuando él era el director de Prestaciones Sociales del Instituto Mexicano del Seguro Social.
Se disculpó y dijo no recodar el incidente, aun cuando le recordé que mi esposa era la secretaria del nieto de Nabor Carrillo Flores del mismo nombre; León Roberto García le reviró inmediatamente. \”Dale una entrevista ahorita, es uno de los mejores reporteros de Unomásuno\”. Tarcisio González, pidió esperar. \”Déjame que termine el proceso, no quiero quemarme, pero una vez que pase se la doy a él como primicia\”.
\”Eres un cobarde, es lo que pasa\”, le espetó León Roberto a Tarcisio. \”Compréndeme\”, pidió.
\”Pero déjame invitarte una copa -León Roberto ya llevaba varias horas tomando; es más se le dibujaba ya, creo, una copa en la mano-. \”No, no, gracias\” respondió. \”Bueno aquí estamos\”, dijo Tarcisio González y regresó a su mesa. Más tarde mandaría pagar la cuenta.
Y es que acabábamos de ir a Unomásuno, donde León Roberto fue a entregar una de sus colaboraciones, a ese Unomásuno de Manuel Becerra Acosta, aquel que también salió de Excélsior, cuando el golpe que le asentó el gobierno de Luís Echeverría, al que era considerado uno de los mejores diarios de México; a ese Unomásuno, del que yo años más tarde sdría corresponsal en Sonora, y que ya desapareció para desgracia de sus fundadores, aunque el membrete sigue circulando bajo la consigna de un empresario de origen libanés que radica en el Estado de México.
Ese día conocí lo que era un encarte en el Unomásuno, y que se conoce como Tiempo Libre. Le dije que me metiera a trabajar allí, para comenzar a escribir y a ejercer lo que acaba de estudiar en la escuela Carlos Septién García, de donde egresé, sin titularme, apenas unos meses atrás, en 1980. Me presentó con el director del mismo y dijo que estaba de acuerdo, pero que tenía que seguir la ruta crítica de ingreso al periódico, ya saben, el Sindicato, los exámenes, etc. No regresé.
Y es de ese encarte de entonces, que ahora revista para el Ocio, de donde quiero recordar uno de los artículos de León Roberto García, un artículo que leí desde aquella época y que me encantó por la forma de presentarlo. Siempre lo recuerdo, no sé porque, pero había querido tenerlo en mi poder desde aquel entonces. Ahora gracias a la atención de la señora Patricia Camacho, lo tengo en mi poder, una copia fotostática, porque me dijo la mujer que esas revistas ya no se consiguen. \”Lo tuve que sacar de los ejemplares que tiene la directora general\”, me dijo.
Me lo regaló, y me hizo recordar todo esto que acabo de escribir. Esa melancolía en torno a un hombre que nunca volví a ver, a quien le invertí una lana para su trabajo, que nunca me pagó; que me enseñó que el poder se debe usar y ejercer en su máximo esplendor. Y es que él nunca traía un quinto en la bolsa ¿Quién le pagaba las costosas cuentas de los bares, las cantinas, los restaurantes? Nunca supe.
Es más él vivió un tiempo en un hotel que estaba en una esquina de Insurgentes Sur, exactamente frente al Parque Hundido, en la parte sur, tenía dos habitaciones a su disposición y una vez que me dejó plantado lo fui a buscar y me dijeron eso y pregunté que quien cubría los gastos y me dijeron que no sabían, pero que lo hacían sin retrasos.
Cuando le pedí que me pagara mi dinero, me dijo -enseñándome los bolsillos vacíos- que fuera al CEESTM, que preguntara por su secretaria y que le dijera que me pagara. Fui. Conocí a la Secretaria, pero ella me dijo que efectivamente a León Roberto García se le daba el dinero que pidiera, pero a él, a nadie más. Nunca recuperé mi dinero.
Se que los últimos años de su vida se la pasaba encerrado en la cantina La Latino, a unas cuadras del Monumento a la Revolución, a solo dos cuadras de donde yo trabajaba en esa época. \”Daba lástima\”, decían. Yo ya no me atreví a verlo. Murió tiempo después.