El lugar de ayer para los chavos de hoy

El lugar de ayer para los chavos de hoy

Por Óscar Hernández H.
1° Noviembre de 2006

La cerveza, el pulque, la música, el ambiente, el jolgorio; el reven, el encuentro, las chavas, los chavos, los cómpas; lo que sea, qué importa, el chiste es pasársela bien y terminar la semana intensa de estudio, de trabajo o, por qué no, de farra; seguírsela y culminarla el sábado o el domingo.
Es el lugar donde podemos ir a dejar las frustraciones, los enojos, los resentimientos. Donde un abrazo puede sellar la amistad quebrantada días atrás por algún mal entendido o sacar a flote aquello que no nos atrevimos a externar sin la ayuda de una bebida estimulante.
¿Que tenía que ir por mi novia?,
Pues que se espere un rato.
¿Que mi esposa se va a enojar?,
Total, más vale pedir perdón, que pedir permiso.
¿Qué la quincena donde está?
Pues esa no sé, pero aquí en el pecho llevo los aplausos
Dichos, decires, comentarios, expresiones. El alcohol lo puede todo. Nada es imposible cuando dentro llevamos más de dos cahuamas o tarros de un curado de avena, de cacahuate o de jitomate; cuando en el rincón, donde las puertas se hacen invisibles, podemos ir a orinar ante la vista de los asistentes, que sin importar sean mujeres u hombres soportan los olores de la cerveza o el pulque ya pasados por los intestinos y los riñones.
Es ese lugar nacido en 1924 que en la puerta de entrada nos recibe con un papel tamaño carta, escrito a máquina y sin puntuación, que nadie pela: A todos los afiliados al S.U.B.E (Sindicato Único de Borrachos Empedernidos) se les suplica portar su credencial de elector para poder tener acceso a estas instalaciones por su comprensión gracias Atte El Pipos.
Estamos en la Avenida Cuauhtémoc, en el antiguo barrio de La Romita, a sólo unos pasos del centro Telmex, donde se exhiben obras como Hoy no Me puedo Levantar; a unos pasos del metro Cuauhtémoc; al lado de una marisquería bien concurrida, donde por cierto degustan unos exquisitos manjares los integrantes del elenco de esta obra teatral; abajo de otro antro menos jocoso que éste.
La rokola no descansa; lo mismo se escucha a los de la Cuca; Los Doors; Los Babasonicos, la Sonora Santanera; Dady Yankee; Café Tacuba; la música se mezcla; es a solicitud de los comensales, perdón de los bebedores, porque aquí la comida no importa, solo aquellos chicharrones de harina amainan un poco el sabor a cebada o a aguamiel, únicas bebidas del lugar.
Las clases sociales parecen no existir dentro de los casi treinta metros cuadrados del antro: lo mismo se mezclan los darketos, que los empleados; los estudiantes que los vagabundos; los aventureros que los profesionistas.
No hay vestimenta reglamentaria, por eso desfilan al igual los jeans, los overoles, las corbatas, los sacos, los trajes sastre; los tenis, los zapatos de vestir, las chanclas; los rizos, las rastas, los chinos, las greñas, las colas de caballo, los cabellos sueltos que los recogidos; los intelectuales que los filósofos; los cuerdos que los briagos o los locos.
Qué importa que la botana no prevista sean las ofrendas a los muertos; que importa que el pan de muerto y la calabaza en dulce se vean en boca de aquel que ha sucumbido ante los efectos de la León o la Victoria.
Pero no se piense que ahí se puede actuar al libre arbitrio; por supuesto que también, como buen antro, tiene su reglamento; la tablita frente a la barra, a un lado de la enorme manta lo establece claramente: prohibido echar porras, causar bronca, consumir drogas.
La advertencia también clara: Este lugar es para convivir no para pelear. Y una llamada de atención al final, que a muchos llama la atención, pero que pocos podrían en práctica: Ojo: la pinga también es droga… Métetela…
Un lugar como pocos. Un lugar de tradición. Un lugar que su dueño Epifanio Leyva, conocido como el Pifas, un reconocido ex boxeador, atiende personalmente, junto con parte de su familia. Un lugar que lleva años y que nació para dar gusto a quienes gozan con el sabor del agua salida de los magueyes y que en momentos podría recrear aquellas viejas y cómicas personajes de las películas de Pedro Infante: la Guayaba y la Tostada.
Un lugar que ha hecho época y que plasma en sus playeras el sabor de su elixir, un emblema similar al de los cafés gringos de moda, que en su círculo verde con letras blancas deja ver Pulques Pifas y que vistió a unos de los equipos septenianos de futbol o en sus posters, que simulan a las vende hamburguesas gringas Pulques King o aquel donde cualquiera podría pensar en la mafia italiana The GodPifas, sí esa imagen donde su dueño vestido de frack, con corbata de moño imita al gran padrino de la trilogía cinematrográfica.
Ese centro de entretenimiento lleno de fotos de luchadores de antaño, de políticos, actores y actrices que se refugiaron en alguna ocasión en busca de un momento de esparcimiento. Este recreativo punto de cinco o seis mesas, de quizá tres o cuatro metros de ancho, donde jóvenes y viejos, y no tan viejos, conviven con un sólo propósito que no es otro que divertirse y gozar. Este lugar de reunión que una enorme manta detrás de las damiselas que sirven las bebidas nos lo describe a plenitud; esa manta que no deja lugar a dudas de donde nos encontramos, Pulquería la Hija de los Apaches y anuncia la especialidad de la casa: Curado Picardía Mexicana. Ingredientes: 2 huevos tibios; un chile mascabel y leche pura de Zacametepec y lo mejor, la oferta permanente: damas gratis.

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