El secuestro, ¿pecado mortal?

Francisco Martín Moreno

En nuestros días los traficantes de drogas le piden a Dios que las procuradurías no descubran sus cargamentos de cocaína.

La sociedad y el gobierno mexicanos están obligados a echar mano de todos sus recursos con tal de erradicar los delitos de privación ilegal de la libertad por bandas de delincuentes que aterrorizan a la comunidad con prácticas criminales y salvajes. Por supuesto que se deben purgar las fuerzas policiacas de los elementos corruptos y venales que en la mañana utilizan los uniformes propios de las fuerzas del orden y en la noche la indumentaria civil de los delincuentes. Por otro lado, resulta inaplazable modificar diversas legislaciones de tal manera que se reduzca a su mínima expresión la aceptación en comercios del dinero en efectivo que pretenden gastar los delincuentes cuando cobran un rescate, así como otras medidas adoptadas felizmente en otros países. En síntesis, que se purgue a las fuerzas policiacas, se sancione a los jueces corruptos, se reformen los códigos penales y se lleven a cabo intercambios con otros países para descubrir más medidas eficientes orientadas a extirpar este cáncer doméstico. Bienvenidas todas las ideas.

Ahora bien, si se pretende identificar a la Iglesia católica como un ente regulador de la moralidad del país, entonces dicha institución debe adquirir la elemental obligación de pronunciarse en contra del secuestro para tratar de intervenir y ayudar a resolver este delicado conflicto criminal perpetrado en contra de la sociedad civil. Para alcanzar dicho objetivo nada mejor que lograr una declaración del Papa encabezando un sínodo de cardenales, a modo de un concilio, para declarar al secuestro de personas como un pecado mortal que tendrá como consecuencia la excomunión, de modo que el victimario pase la eternidad sentado en las piedras más recalcitrantes del infierno.

¿Qué efecto se produciría en los índices de delincuencia nacionales si la Iglesia católica mexicana condenara al infierno por siempre de los siempres, a quienes directa o indirectamente cometieran el delito de la privación ilegal de la libertad?

Desde mi punto de vista creo que el efecto sería absolutamente inocuo. En nuestros días los secuestradores se persignan o rezan arrodillados ante la Virgen de Guadalupe para pedirle a su santa patrona que la policía nunca logre encontrar al rehén que tienen encadenado y amordazado en las casas de seguridad. Los traficantes de drogas le piden a Dios que las procuradurías no descubran sus cargamentos de cocaína ni los centros productores de químicos necesarios para elaborar la droga: ¡Dios mío, ayúdame a que la policía fronteriza no me descubra este millonario cargamento de heroína! Si ya algunos jerarcas de la Iglesia católica aducen que en sus diócesis se purifican las limosnas pagadas por los narcos o se descubren escandalosos abusos de los sacerdotes en contra de menores, además de que es público y notorio que los curas no cumplen ni con sus votos de castidad ni con los de pobreza, entonces es claro que la institución depositaria de la moral nacional también está en entredicho.

Si a los secuestradores no se les detiene ni con condenas a cadena perpetua porque, en primer lugar, piensan que nunca serán detenidos y que de nueva cuenta burlarán impunemente a la autoridad, en el caso de ser arrestados, porque lograrán evadirse de la prisión, ¿cabe entonces la posibilidad de que la Iglesia los haga desistir de la comisión de más delitos como el de la privación ilegal de la libertad preocupados de pasar la eternidad en el infierno?

No lo creo. Si estos hampones no le temen al Ejército ni a ser repatriados a Estados Unidos para no volver a salir de la cárcel jamás ni les preocupa morir en una refriega con las fuerzas del orden ni les agobia la posibilidad de ser atrapados y juzgados en México, ¿acaso se van a convertir en corderos de Dios porque el Papa establezca como pecado mortal el hecho de privar al prójimo ilegalmente de su libertad?

La Iglesia tampoco implica la presencia de un contrapeso moral en la sociedad. El clero también está desprestigiado. Las autoridades eclesiásticas carecen de la fortaleza ética para imponer el orden. Si cada vez menos personas le temen al infierno y a la ira de Dios, menos, mucho menos, se van a someter a los dictados de un humilde mortal como sin duda lo es el Papa Ratzinger.

Nunca en la historia de México nos habíamos encontrado con grupos tan pequeños de delincuentes dotados de una gran capacidad militar que han logrado amasar enormes fortunas en razón de un breve, pero no menos riesgoso, proceso de acaparamiento brutal de riqueza mal habida. Los pillos cuentan con sofisticadas armas y explosivos, además de incontables recursos para financiar bandas criminales dispuestas a todo. ¡Cuídate de quien ya no tiene nada que perder! Al cortarle una cabeza a la hidra maldita le surgen mil más al extremo de sentir al Estado mexicano incapaz de confrontar una amenaza de semejante naturaleza.

De cualquier manera la Iglesia debería pronunciarse en contra del secuestro condenándolo como pecado mortal. Hagamos la prueba…

Nunca en la historia de México nos habíamos encontrado con grupos tan pequeños de delincuentes dotados de una gran capacidad militar.

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