Inseguridad: lo que está en juego

Juegos de Poder

Leo Zuckermann

 

Cuando el Estado fracasa en proveer seguridad a la población, ésta encuentra manera de protegerse. El primer síntoma de un Estado que no protege a sus ciudadanos es la aparición de bardas, muros y rejas en viviendas y comercios. Los ricos se encierran a vivir en unidades habitacionales que cuentan con todos los servicios (gimnasios, parques, albercas, etcétera) para no tener que salir a los espacios públicos que consideran peligrosos. Murallas y guardias privados, muchas veces armados, protegen estas minicomunidades privilegiadas. Los más ricos salen a la calle con ejércitos privados de escoltas. Esto ya es común y corriente en México desde hace varios lustros.

Sin embargo, la autodefensa ciudadana, por llamarla de alguna manera, ha venido escalando. La nueva ola de inseguridad ha generado que muchos ciudadanos comiencen a armarse. De acuerdo con una nota reciente de El Universal, “la compra legal de armas de fuego en México se incrementó llegando a dos mil 500 los ciudadanos que, en promedio, adquieren al mes por lo menos un arma en la tienda de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), único lugar autorizado en todo el país”. En promedio, 30 mil mexicanos están adquiriendo cada año un arma legal. Esto no toma en cuenta a aquellos que la compran en los mercados ilegales o la importan sin declararla.

La misma nota informa que, de acuerdo con la Sedena, “en el último año, las afiliaciones a los 500 clubes de tiro y caza aumentaron 500%” de tal suerte que sus “miembros obtienen el derecho constitucional de tener armas de mayor calibre”. No hay duda: ante la debilidad del Estado, los mexicanos se están armando.

Y luego viene el vigilantismo que está apareciendo en comunidades chicas. Por ejemplo, lo que ocurrió hace pocos días en Tlapanalá, Puebla. De acuerdo con un sitio de internet de asuntos poblanos, “un comando de cinco sujetos, que se hicieron pasar por integrantes de la Agencia Federal de Investigación (AFI), intentaron secuestrar la noche de este sábado a un comerciante quien resultó herido de tres balazos. Al percatarse de la situación, pobladores de este lugar detuvieron a los plagiarios e intentaron lincharlos. Tres delincuentes resultaron con traumatismo craneoencefálico y a uno más le cercenaron una oreja”.

La noticia de que el pueblo salió a defender a uno de sus habitantes fue reportada por los medios nacionales. Los presuntos secuestradores “estuvieron retenidos casi 18 horas en el palacio municipal vigilados por unos 200 lugareños”, dice el sitio mencionado. Al lugar llegaron las autoridades poblanas y, después de negociar, les entregaron a los delincuentes. A cambio, la comunidad recibirá “patrullas y armamento para que se defienda de las bandas de asaltantes y plagiarios”.

¿Se equivocan los mexicanos que se están armando? ¿Erraron los habitantes de Tlapanalá al linchar a los presuntos secuestradores? ¿Ese es el tipo de país que queremos?

Hoy en Palacio Nacional se reunirán las autoridades de los tres poderes y de los tres niveles de gobierno. El objetivo: hacer que el Estado funcione mejor en materia de seguridad. Ojalá la clase política esté a la altura del reto. Ojalá que esto no termine en un ejercicio más de retórica. Ojalá las autoridades tomen decisiones concretas y operables en los delitos que más agravian a la sociedad como el secuestro. De lo contrario, no nos sorprendamos de vivir en un país de más muros, escoltas, armas y linchamientos de presuntos criminales. Un país que retrocede al estado natural del que hablaba Thomas Hobbes donde cada individuo se defiende en contra de una muerte violenta. Una vida, como diría el filósofo inglés, “solitaria, pobre, sucia, bruta y corta”. Eso es lo que está en juego en México.

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