Alerta Periodística

México, secuestrado por la inseguridad

La Hora en que el Sol Cala

\"\"Son las 13.45 horas, el sol sale a plomo, cala, aunque en la sombra hace frío; sol y frío invernales, aún cuando apenas estemos en noviembre, a casi 29 días de que entre esa estación del año.
Formados en la cola de las tortillas, en la orilla de una de las calles de Tigris; es la hora en que los trabajadores de la construcción, mejor conocidos como albañiles, hacen que la fila se alargue más; es su hora de comida y las \”gordas de maíz\” son las preferidas en sus dietas.
Atrás, en la misma formación, dos individuos esperan su turno. Platican. Hablan de las compañeras de trabajo.
Son las conchitas, dice uno de ellos, el más joven; son la conchita uno, la conchita dos y la conchita tres, de verdad parecen, dicen ellos.
Pero la mejor es Vicky, dice el otro, es la más inteligente, aunque la más feíta de las tres, aclara.
, le dice el primero; redonda, redonda. Qué pansota ¿no?
Llamémosles Pedro y Juan, para identificarlos.
Pedro le agrega a la descripción… y con sus patitas, pero al fin de cuentas la mejor, dicen ellos.
La espera se hace larga. Una mujer, quizá de unos 30 años, tal vez trabajadora de intendencia, su uniforme así lo parece, delante de mí, se sale de la fila, va hacia el mostrador y protesta ante el despachador.
Que se formen, porque yo sólo tengo una hora para comer y ya perdí 30 minutos aquí, porque usted les despacha a todos los que llegan a pedirle sin formarse, nadamás porque son sus cuates.\"\"
El hombre, mal encarado, bigotón, torpe con las manos, voltea a verla y le dice que ya tenían tiempo de esperar. Nadie le cree.
Él sigue con lo suyo. No le importa que en la misma fila, a sólo dos personas de la señora en cuestión estén formados dos policías, esos que son de la auxiliar y que seguramente también salieron a comer.
Despacha a un hombre más, acabado de llegar; es sólo masa, pero al fin y al cabo quita tiempo en la despachada. La mujer se enfurece, porque a su decir, ya perdió 30 minutos de su tiempo de comida.
Al ver que la fila no avanza, una niña, con uniforme de secundaria, se acerca, le sonríe al despachador que ya tiene frente así al uniformado. El dependiente decide ignorar a la estudiante y despachar a tres personas más.
Se escucha una voz de atrás que grita a la niña ¡a la cola! No hay eco. La niña ni se inmuta.
No recibe aún su pedido, pero permanece cada vez más metida en el filo de la formación, siempre recargada en el mostrador.
Pedro y Juan ya no dejaron seguir el chisme de la oficina. Detectaron en los primeros lugares de la columna humana a un cuate de ellos. Ese que cuidaba los carros en Tíber.
Estaban ya entrados en la comidilla de las compañeras laborales. Hablaban de otra de ellas, de La Doña.
Inmediatamente mi mente voló, dije hacia mis adentros, deben estar hablando de la difunta diva del cine mexicano, de María Felíx.
Pero ¡no!, hablaban de Cristina, otras de las compañeras, esa que abusa de los jefes y se sale de la oficina con tan sólo avisar que ya se va. Ni quien le diga nada.
En tanto yo, dice Juan, para poder salir, tengo que avisar con dos días de anticipación, decir a dónde voy y casi, casi, explicar con detalle que voy a hacer y en ocasiones me niegan el permiso, en cambio ella
El cuate que cuidaba los carro de Tíber les hace una seña. Pedro le dice a Juan, ¿cuánto vas a querer?, me las va a sacar.
Paso seguido camina hacia adelante, entrega el dinero y unos minutos después se van caminando al encuentro con las conchitas; bueno, a la oficina, pues.
Mientras tanto, la señora llega en su turno al mostrador, pide sólo cuatro pesos de tortillas. Uno de los policías, a su lado, le pasa una moneda de diez pesos. La señora que protestaba, pide diez pesos más de tortillas, claro papel incluido, y le dice al bigotón mal encarado, se la da a él.
Ya no importó que se metieran en la fila los cuates del despachador.
Un día más en las tortillas. La hora en que el sol cala, pero en la sombra se siente frío.

One comment
Anonymous

Esto me recordó cuando era niña y me mandaban a las tortillas, entonces no tenía prisa, siempre había al menos un albañil en la fila y vaya que calaba el sol y siendo el DF siempre había quien se metiera en la fila.

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