La incursión al medio periodístico

por Óscar Hernández H.

octubre de 2006

Rodrigo llegó a la redacción del periódico, allá por los años 80’s. Se presentó con el jefe de información, según le habían recomendado. Le dijo que era estudiante de periodismo y que quería comenzar a trabajar en el medio; quería combinar la experiencia con el estudio.
El jefe de información, ese hombre casi siempre imaginado como un señor con puro, grandes bigotes, sin corbata, con aliento alcohólico, mal encarado y con un genio del demonio, porque así nos lo presentan en las películas novelescas del periodismo, no era otro que más que un joven, solo unos años más grandes que Rodrigo, lejos de aquella descripción surrealista; volteó a verlo, bajo la vista y continúo con su trabajo.
Alzó la voz, más no la mirada y cuestionó: ¿así es que quieres trabajar en este diario?
Rodrigo asistió con la cabeza y escuchó lo que Julio, el jefe de información, le pedía.
Bien, pero antes hazme un favor. No te ofendas. Pero ¿me puedes ir a comprar unos cigarrillos?
Rodrigo, con signos de interrogación en los ojos, pero temeroso de que sin se negaba a hacer el favor podría cerrarse las puertas del diario, aceptó. Tomó el dinero y salió del edificio a traer el contaminante encargo.
Minutos después regresó a la redacción, subió al tercer piso del edificio de Bucareli… ya Julio lo esperaba.
Aquí están señor, dijo al entregar la cajetilla del vicio.
Sin pensarlo, Rodrigo había regresado para enfrentar su primera prueba periodística.
Julio le dijo, ahora dime que viste.
Qué vi de qué señor? Preguntó Rodrigo.
Sí, que viste en tu camino, ahora que saliste a comprarme estos cigarrillos.
Nada, señor, respondió nuevamente Rodrigo.
Discúlpame muchacho, pero no sirves para reportero.
Contrariado, Rodrigo cuestionó a Julio. Pero señor, si ni siquiera me ha hecho prueba alguna para que me diga que no sirvo como reportero.
Perdóname hijo, dijo Julio con acento paternalista, pero acabas de hacer la prueba más simple que se le puede hacer a un aspirante a periodista… Los periodistas siempre debe estar alertas a todo lo que pasa en su entorno, a todo lo que sucede frente a sus ojos y todo lo que oyen a su rededor y tú, simplemente no viste, no oíste ni percibiste nada. ¿Oh no fue esa tu respuesta?
Lo cigarrillos no me hacen falta, le insistió el jefe informativo, al tiempo en que le enseñaba el cajón debajo de su escritorio, donde había por lo menos tres cajetillas de cigarrillos sin abrir. Fue simplemente una acción para probar si realmente tienes aptitudes para este oficio.
Rodrigo, nervioso, insistió, déme otra oportunidad señor, le voy a demostrar que sí tengo vocación para esto.
Julio, al ver la actitud impetuosa del muchacho, aceptó. Le pidió regresara al día siguiente, a las 10 de la mañana y le dio una orden de trabajo.
Hay una comida en la Hacienda de los Morales. Va el Presidente de la República. Asiste el Gabinete en pleno. Tráeme entrevistas con los secretarios de Estado.
Rodrigo, novato en el asunto, recordó que eso no se lo habían enseñado en la Escuela. Preguntó ¿y sobre qué tema los entrevisto, señor?
¡Por fin!, eres o no reportero? ¿O quieres que yo vaya a hacer las entrevistas? Contestó el dulce jefe de información.
Rodrigo, dio media vuelta y salió de la redacción. Bajó el elevador pensativo y se encaminó al café más próximo. Preguntó donde estaba la Hacienda de los Morales. Hizo tiempo, se tomó una taza de este elixir y más tarde se trasladó a la zona de Polanco.
Arribó temprano. Vio los preparativos del lugar a cargo del Estado Mayor Presidencial.
Llegada la hora se preparó para ingresar al lugar.
Fue frenado en su intento en la puerta e interrogado sobre su destino.
Voy a la comida con el señor Presidente, vengo del Periódico Diálogos, dijo.
¿Y tu gafete? Preguntó el guardia en turno.
¿Cuál gafete?, cuestionó a su vez Rodrigo.
Pues el de prensa, aclaró el trajeado hombre, con corte casquete corto, al estilo militar.
¿Y ese quien me lo da?, interrogó el desconcertado aspirante a periodista.
Ese señor que está allá, el gordito de traje azul, contestó.
Rodrigo llegó con el mencionado individuo, nada cortés, por cierto, y le comentó lo que en el diario le había encargado el Jefe de Información.
Le solicitó una identificación del periódico, la cual, obviamente no traía consigo Rodrigo, porque aún no era empleado del mismo. Le comentó que estaba haciendo su prueba para ingresar a trabajar allí, lo cual pareció no importarle mucho a este sujeto, que después supo Rodrigo, era uno de los enviados del área de Comunicación Social de Presidencia de la República.
Este individuo le pidió a Rodrigo aguantar un rato y hacerse a un lado mientras tanto; tiempo que valió al muchacho para encontrarse con un amigo, que sí era reportero y conocía a la gente en cuestión, así como a los secretarios de Estado.
Rodrigo lo cuestionó sobre quien era el mejor para la entrevista y sobre qué tema. El Reportero le sugirió a uno de ellos y el tema a tratar.
Una vez conseguido el boleto de acceso; ese engomado tan codiciado en los eventos presidenciales, ingresó al salón y al primero que buscó fue a su colega periodista. Lo ubicó en una de las mesas de prensa y, con toda la pena del mundo –porque tampoco eso lo había aprendido en la escuela- preguntó quien era el Secretario que le había sugerido.
Desde lejos lo vislumbró, lo situó en la mesa de honor y no quitó su mira de encima.
El evento terminó, se levantaron todos de las mesas y comenzó la cacería de entrevistados. Todos los representantes de los medios de comunicación se fueron sobre uno y otro de los funcionarios.
Rodrigo, cual águila sobre su presa. Siguió al sugerido. Libró unas mesas. Se acercó y empuño su grabadora, la apuntó y la acercó al mencionado Secretario. Le soltó una pregunta sobre el tema indicado y recibió por respuesta un no voy hacer a declaraciones en este momento.
El mundo se le vino encima a Rodrigo. Se preguntó a sí mismo ¿y ahora?
Volteó hacia todos lados y vio pequeños círculos formados por varios reporteros en activo, quienes metían sus grabadoras. Rodrigo hizo lo propio una y otra vez.
Salió contento, airoso, ¡feliz! Traía por lo menos cinco entrevistas grabadas. ¡Ya la hice!, pensó.
Salió inmediatamente hacia el centro, hacia Bucareli. Llegó a la redacción. Habló con el jefe de información y le comentó sobre el tesoro que guardaba en su aparato electrónico.
Éste le dijo que hiciera unas notas sobre lo que habían dicho los funcionarios y se las entregara.
Ocupó una máquina que nadie usaba, preparó sus cosas y pulso el play de la grabadora…
¡No había nada!

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