Luego del infierno: “Adiós, Tijuana”

Ricardo Alemán
Itinerario Político

Carta de hermana de secuestrado en esa frontera
Matan al plagiado, huye la familia y muere el padre

Este es un resumen de la carta que Aiko difundió sobre el secuestro y asesinato de su hermano Celso Katzuo, en Tijuana, así como el infierno que vivió su familia, a la que no auxilió autoridad alguna y que debió huir de México tras el crimen. La pena causó la muerte del padre. Destruyó a una familia mexicana de hombres buenos.

“Carta íntegra de un familiar de una víctima de secuestro en esta ciudad”:

http://www.eluniversal.com.mx/graficos/infografia/carta1.pdf

“El 24 de julio de 2007 secuestraron a mi hermano Celso Katzuo Enríquez. Tenía 35 años, padre de una niña de cuatro, fue un hombre recto, trabajador, honrado y cariñoso. Estudió ingeniería cibernética en Mexicali y tenía su propio negocio.

“Queríamos oír la voz de mi hermano, que estaba bien; pero cuando nos comunicaron fue sólo para escuchar cómo lo lastimaban. No hay palabras para describir el terror. El 9 de noviembre llegó el día del pago. Aparentemente los secuestradores habían aceptado la cantidad que habíamos podido reunir.

“Pasamos la noche en vela pensando que regresaría Celso. Pero no regresó. Al día siguiente llamaron los secuestradores para decirnos que el dinero no era suficiente, que querían más, y nos comunicaron a Celso para que supiéramos que estaba vivo. La pesadilla continuó; llamadas, búsqueda de liquidez, mentiras para ocultar la ausencia de Celso y proteger su vida; noches esperando la llamada: ‘¡¿Cuánto llevas…?! ¡No, júntale más, eso no me sirve de nada! ¡Apúrate pa’ que te lo lleves en Navidad!’.

“Días antes de Navidad hicimos el segundo pago. No nos comunicaron con Celso pero nos dieron ‘prueba de vida’. Le dijeron a mi papá: ‘En media hora vas a ver a tu morro…’. Pasamos la noche en vela. Todo ponía la casa en alerta. Pasó Navidad, Año Nuevo y ni una palabra.

“La expectativa se tornaba en desilusión. Llorábamos de miedo. Tras seis semanas de silencio se reanudaron las llamadas, más esporádicas pero menos agresivas. Pero en cada ocasión mi papá les pidió prueba de vida y todas las veces se rehusaron a darla.

“Cuando llegó la llamada del 1 de mayo, en la que pedían un tercer pago, todo se preparó de acuerdo con sus instrucciones. Nos pidieron hasta una cobija para Celso y una sudadera. Mi papá les dijo que haría lo que le pidieran y que sólo le comunicaran a su hijo; pero se negaron. Continuaron las llamadas insistiendo que querían el carro con el dinero donde lo habían pedido. Siempre mi papá les dijo: ‘Aquí está el carro y el dinero listo, sólo quiero saber que mi hijo está vivo, y mi ahijado llegará a donde usted quiere en un minuto’.

“Pero todas las veces se negaron y luego comenzaron las amenazas. Desde que vimos que no nos querían dar la prueba de vida, supimos lo que había pasado. Además, ese mismo día nos dimos cuenta de que afuera de la casa rondaban dos autos grandes (después supimos que eran tres).

“A poco de haber apagado las luces escuchamos que alguien intentaba meterse a la casa. Pero no pudieron, y empezó la balacera… Venían dispuestos a matarnos a todos. Después se fueron. Cuando la amenaza era inminente yo llamé a los militares, me hicieron un sinnúmero de preguntas y hasta escucharon los balazos. A la persona que respondió la llamada le hice asegurarme que mandarían a alguien, pero nadie llegó. Me comuniqué a la Policía Municipal, pero sólo hasta que les dije que había un cuerpo afuera de la casa acudieron.

“A las pocas horas huimos de Tijuana, escoltados por la Policía Ministerial y con una maleta cada quien, dejando vida, trabajo, amigos, nuestras cosas, todo. Ahora —lo que queda de mi familia— viviremos como refugiados de casa en casa; con miedo a que nos vean o nos encuentren. Y les pregunto a ustedes, secuestradores: ¡¿por qué?! No es justo. Este escrito representa el dolor, la angustia, el coraje que sentimos.

“Es un grito desesperado por una respuesta, por exigir las garantías que nunca tuvimos al vivir este infierno, más aún cuando no pudimos acudir a quienes se les paga por proteger y servir, por combatir y cuidar, por velar por la seguridad de los ciudadanos; pero desgraciadamente son los que protegen y ayudan a los criminales a lograr sus cometidos. ¿Hasta cuándo van a actuar? ¿Cuándo van a depurar a las corporaciones municipales, estatales y federales? ¿Cuándo habrá leyes que castiguen el delito de secuestro y el mal comportamiento de los elementos corruptos?

“¿Qué va a pasar con México y su gente buena? ¿Cuándo dejaremos de vivir acobardados y empezaremos a luchar por un futuro mejor para los hijos de México? Yo amo a México y a Tijuana, es el lugar donde nací, es mi país, pero ya no se puede vivir aquí. Adiós, Tijuana. Ing. Aiko Enríquez”.

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