Alerta Periodística

México, secuestrado por la inseguridad

Qué triste verlo así­ siempre

Que triste verlo así siempre, ¿no?
El otro día me lo encontré a él y a su hermano y estaban igual.
Siempre tomados, no tienen medida.
Tuve que salir huyendo, porque me insistían mucho en que me tomara una
y yo, la verdad, no tomo.

Es Roberto, el primo del Borracho, sí, así le dicen a su primo Memo desde que estudiaba el bachillerato allá por rumbos de Azcapotzalco; platica con una mueca de pesadumbre reflejada en el rostro; evidencia lo que ve frente a sus ojos y que parece ser una escena cotidiana de todas las fiestas familiares, de esta familia.
Roberto, uno de siete hermanos, es un hombre hecho y derecho. Está casado, tiene ya dos hijos; vive feliz dentro de su hogar y con su oficio; manejar un vehículo de servicio público no lo hace menos, por el contrario, ha demostrado que con esfuerzo e ímpetu, pese a tener muy poca preparación escolar, se puede salir adelante, vivir bien, honestamente, pero sobre todo con amor hacia los suyos y alejado de todo tipo de vicios.
Este joven de ahora, el bailarín, el cantinflesco, el cariñoso con los suyos, el sentimental, se da el lujo de criticar a quienes antes lo criticaron a él por su condición social.
Por eso ve a Memo, lo observa y se lamenta… lo compadece.
Siempre en medio del alcohol, se dice hacia sus adentros.
Y sí, en verdad, es característico de Memo verlo siempre con la cara apagada, con ese gesto de dejo; con la ceja levantada como queriendo impactar, sin darse cuenta que manifiesta más su rostro embelesado por el vino, la cerveza, el ron, el tequila, el brandy, qué sé yo.
Ese es Memo, aquel señor, que antes muchacho, que antes joven, que en las canchas del CCH pasaba el tiempo tomando cerveza hasta embrutecerse -que le valía el mote de Borracho de parte de sus compañeros de grupo- mientras sus padres criticaban al resto de la familia presumiendo la rectitud de sus hijos y el mal comportamiento de los demás.
Parecía, como parece a la fecha, que no se dan cuenta de la realidad en su entorno, en su cercanía, en su seno familiar.
Porque como Memo, su hermano es aislado de las reuniones por su comportamiento antisocial, por su vida dedicada al alcohol, por su desprecio por el valor humano.
Qué ironía de la vida, ambos son médicos, los dos estudiaron Medicina en la UNAM y no pasan de ser galenos del montón.
Pero también qué adversidades se presentan en el contexto familiar, donde los padres y hermanos de éstos, por un lado, alzan el cuello y asumen poses dignas de cualquier divo o diva y, por el otro, tienen que pedir a gritos en cada reunión, en cada encuentro, en cada acercamiento, que ya no tomen, porque verdaderamente dan pena ajena.

\"\"Roberto baila, convive, platica, carga a su pequeña hija y disfruta realmente de la fiesta brindada en honor de unos de sus tíos, quizá los más ancianos de la familia.

Es éste el recuentro de las diversas generaciones. Es aquí donde se vuelven a encontrar los tíos, los primos, los nietos, los sobrinos, los hermanos, los compadres, los cuñados.
Es ésta la fiesta organizada por quienes aman a sus padres y ven que el tiempo no pasa en vano, ni se queda impasible.
Es ésta quizá una de las pocas oportunidades que hay en el tiempo para reencontrarse con aquellos que por la distancia, los problemas, las diferencias, los placeres o los oficios y los empleos han dejado a un lado a la familia.
En el agradecimiento de los festejados y de quienes brindan la fiesta, se encuentra esa esperanza de que todos nos mantengamos unidos y en permanente comunicación.
Pero, insisto, lo que son las cosas; precisamente es en esta reunión donde tenía que darse el rompimiento entre un par de hermanos, aquellos que más unidos estaban por ser la mayor y el menor de la familia venida a menos por la pérdida ya hace varios, muchos, algunos años, de cuatro de los hermanos.
Pasaron 20, 25, en algunos casos, hasta 30 años, para que pudieran volver a verse el rostro muchos de los primos; parte de ellos ni siquiera se reconocieron, tuvieron que hacer ejercicios constantes de memoria para darse cuenta de que eran, son y seguirán siendo familia hasta el último día de la existencia de cada uno.
Qué decir de los nietos, los sobrinos, los cuñados, las parejas de ellos; por supuesto que mucho menos se iban a conocer.\"\"
Tocó a cada familia, a cada parte de esta gran familia, presentar a los suyos; hacerles ver que tienen tíos, tías; tíos y tías abuelas, y parientes que en su vida habían tenido frente a sí; es más ni siquiera conocían de su existencia.
El intercambio de correos electrónicos, de números telefónicos; las fotos, las referencias, estuvieron a la orden del día.
Muchos no se volverán a ver hasta la próxima convocatoria; hasta el próximo velorio; hasta el próximo encuentro espontáneo.
En tanto la melancolía de Roberto tendrá que seguir flotando en el ambiente, porque realmente: qué triste es verlos así

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