Alerta Periodística

México, secuestrado por la inseguridad

Recuerdo, a dos años de Tláhuac

Por Óscar Hernández H.

Son las 10 de la mañana de aquel 23 de noviembre de 2004. Me siento mal, una vez más la enfermedad celíaca hace de las suyas. Me piden, insisten, que me vaya a casa. Me resisto, pero el malestar, la deshidratación y las diarreas me obligan a retirarme. Llego a casa, me acuesto y me quedo dormido. Son ya más de las 13.00 horas.

Al rededor de las 20 horas trato de comunicarme a la oficina. Recibo un mensaje en mi celular preguntándome donde me encuentro. Desconoce el jefe, pese a haber avisado a su subordinado, que me retiré de la oficina. Le contesto y me pide que le informe que pasa en la corporación. Le comento de mi situación y se retracta. Me dice que él mismo va a llamar a la oficina.

Nuevamente marco y nadie me contesta. Me intriga que pasa.\"\" Unos minutos después responde una de las subdirectoras. Me dice que están muy apuradas por lo de Tháhuac. Ignoro lo que sucede y prendo la televisión. Ya pasan de las 21.00 horas y Adela Micha, en ese momento, se enlaza hasta San Juan Ixtayopan, en Tláhuac. Pasan imágenes de unos policías tirados en el piso, golpeados… comienzan las llamas.

Adela Micha logra conectar con el Comisionado de la PFP, José Luis Figueroa Cuevas. Éste no sabe qué contestar, evidencia su desconocimieno de los hechos y dice que venía llegando de una gira con el Secretario Ramón Martín Huerta, y que comienza tener conocimiento de los hechos, aunque se contradice y declara que imediatamente ordenó se actuara.

En tanto en Torre Pedregal, el nido de la PFP, las cosas se suceden a marchas forzadas. La gente en Comunicación Social no sabe como actuar. La Subdirectora en cuestión recibe una llamada de un reportero de una televisora. Están a punto de linchar a uno de sus elementos, pásame con el director de Terrorismo, le dice. No sabe que hacer

Como si le hubieran dado un manual de como actuar ante las llamadas de los reporteros, la recién titulada y flamante licenciada en Comunicación por la UNAM, le contesta al reportero, déjame tu teléfono y me comunico contigo más tarde.

Cómo si no pasara nada. Ella se guarda la llamada para sí misma. Habla al área correspondiente y les comenta lo dicho por el reportero. Ahí le dicen que aguarde. Ella acepta. La llamada al reportero nunca se la regresa y el integrante del área de Inteligencia, el sub oficial Víctor Mireles Barrera es asesinado a golpes y posteriormente prendido fuego junto con su compañero Cristobal Bonilla Martín. Ella sigue esperando instrucciones.

En el área de Inteligencia de la PFP las cosas no son diferentes. Los jefes en turno no actúan, por supuesto que nunca respondieron a lo preguntado por la subdirectora en mención y ésta nunca pensó en que pudo haber ayudado a solventar la situación, porque los guerreros de Tláhuac, lo que querían era que que Mireles hablara con su jefe y les pasara el mensaje. No se metan con nosotros.

El jefe ni siquiera se enteró. Él estaba en su oficina y se concretó a seguir viendo e informándose sobre lo que sucedía. En tanto, un tercer elemento de la PFP, Edgar Moreno Nolasco, es recsnatado de las manos aseisnas de los tlahuatlenses y llevado a un hospital, donde pasaría varios meses hasta lograr una recuperación a medias y poder dar su versión de los hechos.

Yo intenté hacer algo, mi jefe me dijo que me quedara acostado, porque podría resultar peor para mi salud. Mi condición, la verdad, no me dejaba mucho margen para moverme. Seguí viendo las cosas por televisión.

Cuando, al día siguiente, me enteré del proceder de las compañeras y los compañeros, me di cuenta que en Comunicación Social hay que ser perspicases, hay que tener sentido común, hay que saber que en una situación de emergencia se debe actuar inmediatamente, con agallas y sin temores.

En esta chamba no se puede esperar a que se de un informe para la prensa y mucho menos pedirle a quien está tratando de ayudar, a quien está cumpliendo con una tarea que no le compete -porque éste es un reportero que bien pudo haberse concretado a transmitir su información para su noticiario y en cambio trató de ayudar a un efctivo policíaco- su teléfono para después hablarle.

Esos minutos, pudieron ser la diferencia entre la vida y la muerte. Quedó en lichamiento, asesinato y carbonizados. Quizá por eso, esta mujer, que tuvo la decisión en sus manos, se pasó días enteros chillando la muerte de sus compañeros, hasta que la hicieron volver a la realidad y darse cuenta de que el trabajo tenía que seguir. Total, cuando pudo ayudar, no lo hizo.

Edgar, como comentaba, se recuperó de la golpiza propinada en Tláhuac, comenzó a declarar. Entonces pudimos conocer que los jefes les habían advertido que si eran decubiertos en sus tareas -aún cuando ellos mismo se las habían ordenado- nada harían para rescatarlos. Lo cumplieron, nada hicieron, los dejaron morir y después echaron culpas, a algunos se les separó de su puesto, pero no hubo responsabilidad infringida. Están libres y ellos sí, vivitos y coleando.

Hace poco asesinaron a quien fuera el director de Terrorismo dentro de la Dirección General de Inteligencia de la PFP, el inspector general Miguel Angel Villanueva, lo acribillaron cerca de su casa.

Esto me hizo recordar nuevamente los hechos de San Juan Ixtayopan, el comandante Villanueva pertencía al área de quienes murieron a manos de unos bándalos. Él debía haber conducido los trabajos de investigación que hacían sus elementos y entonces, después de su trágica muerte me pregunté: ¿habrá pagado?

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