Y como dijo “Las cantinas tienden a desaparecer” (3)

Cuando Manuel Buendía fue acribillado cobardemente, por la espalda, por la única parte donde él decí­a que lo podí­an matar, las cosas cambiaron para el periodismo en México. Excélsior pondrí­a, en su edición posterior, un recuadro en blanco en el lugar que correspondí­a a la Red Privada, a la famosa columna del asesinado periodista.El dí­a siguiente, durante las exequias, en Gayosso de Félix Cuevas, ya tarde, llegó un hombre vestido de blanco, con una corbata roja. Me le acerqué y le dije \”cómo está León Roberto\”. Me saludó y dijo: \”no podía faltar, vengo llegando de Tijuana, pero no podí­a perderme esto. Por eso mi vestimenta, acorde a la situación\” y es que según relató después, él no llevaba muy buena amistad con el desaparecido periodista -investigador.
Así­ era León Roberto, contradictorio, fuera de lo común, siempre enfrentado con todos, quizá el alcohol a eso lo llevó. Siempre andaba con tragos encima. Ese dí­a no fue la excepción.

Tal vez por eso, pienso, escribí­a tan bien cuando se referí­a a las cantinas (y sigo con su texto escrito enero de 1980).
Decía: \”Esas son las cantinas. Las que, a diferencia de los bares de la Zona, aún prohiben, como lo hace La Providencia por el rumbo de San Ángel, el ingreso al local de \’mujeres, militares uniformados y vendedores ambulantes\’; aunque, la parte del folclore, estos últimos sean parte de la decoración misma.

Las hay también -pese a los estragos que el llamado progreso de la ciudad hace al carácter de la misma-, por el rumbo de San Cosme. Y ahí­, como en San Juan de Letrán, es olvidada al filo de las tres de la tarde, como en la llamada La Siniestra (La Castellana) cerca al periódico El Dí­a y territorio de Luís Sánchez Arreola, la rifa del pollo a la cual era asiduo apostador el desaparecido Víctor Rico Galán en compañí­a del doctor Jorge Carrión y de Vicente Ortega Colunga.

Cada bar, cada cantina, tiene sus habituales. Desde los supuestamente elegantes zoneí­tas, hasta los burócratas y viejos litigantes que frecuentan -añorando las botanas de ataño-, las del centro. Desde los llamados \”junior ejecutivos\” de los Denny\’s y los Sanborn\’s, hasta los albañiles coyoaquenses que frecuentan, a escasas cuadras de distancia, de Las Lupitas, una pulquerí­a, Las Buenas Amistades, casi tan famosa como la Hija de los Apaches o La Estocada de la tarde.

Hay quien aún recuerda el Colegio Club. Hay quien recuerda ahí­ los tiempos del general Arturo Durazo; los de la vieja colonia Condesa; sí, tiempos de futbol americano, del padre Lambert, tiempos de gente que hizo época: Manuel Prieto Crespo. Tiempos de rejoneo: Juan Cañedo. Tiempos de estudiante: salchichas en el Ku-Ká. Tiempos de Bucareli: una cerveza en el Popito.

Y aún existe -viejo mentidero de polí­ticos- La Cucaracha. Y, desde luego, en pleno Madero, el bar del Ritz, donde los comensales, entre otras cosas, se divierten observando las gesticulaciones de quienes, ignorantes de ello, admiran su propia efigie de un espejo falso colocado en un muro que da a la legendaria calle.

Los hoteles, como es lógico, tienen sus propios bares. De pocos se podría decir que tienen verdadero carácter. Calcados del modelo tejano, su clientela está formada por los huéspedes, turistas y personas que se reúnen para tratar negocios, sin contar aquellos que, en el María Isabel, aún no se hartan de escuchar al Trí­o Los Calaveras o quienes aún recuerdan las épocas doradas del Chip\’s, donde la copa vespertina era obligada, como lo es ahora, también al filo de la tarde, en el Monte Casino.

Poco a poco -y desde que Balsa inventó la Zona Rosa-, las tí­picas cantinas han ido tendiendo a desaparecer. Casi no existe la clásica botana y el plástico ha ganado batalla a las pesadas sillas de madera y a la obligada contrabarra donde, como Hemingway en el 21, los bebedores gustaban de apoyar el pie.

El aserrí­n ya no se encuentra en los bares. Y en ellos, tan ascépticos, es imposible encontrar en los sanitarios el clásico anuncio de los médicos especializados en curar las prácticamente desaparecidas enfermedades venéreas. Las rifas de los pollos han pasado a formar parte de la historia y jamás fueron realizadas en los ladies bar, como tampoco ahí se vio entrar a los vendedores de juguetes y ropa para niño que explotan -psicólogos tan experimentados como los propios cantineros- el complejo de culpa de los asistentes a los salones de Bucareli o de San Cosme.

Pronto las cantinas que aún existen pasarán a mejor vida. Pronto sus habituales serán especí­menes tan extraños como un dinosaurio. Pero, en el inter, en tanto que el plástico se apodera por entero de la ciudad, en tanto que Los Pinos y Mi Oficina, desaparecen, bien podemos echarnos la caminera. ¿De acuerdo? \”.

Ese era, ese fue, así­ existió y así vivió León Roberto Garcí­a, aquel que, cuando me citó para presentarme con los dueños de una revista de corte caricaturesco, tuve que visitarlo en uno de los bares que habí­a abajo del viejo cine Manacar, en avenida de los Insurgentes, porque en la oficina que deberí­a encontrarlo no habí­a nadie. \”Están allá enfrente\” me dijo una mujer que abrió la puerta.

Ese hombre, que ya prácticamente bloqueado por el alcohol, me retó a reportear, pero a hacerlo en serio y me dijo que me mandaría a Nicaragua en ese preciso instante para que cubriera la guerra que en ese momento se desataba contra el régimen de Anastasio Somoza.

Yo novato, me lo creí­ por el tono usado. Y me mostré tranquilo al responder que me iba. Eso molestó a León Roberto, quien con dificultad de levantó de la silla y me retó a golpes. Se fue contra mi, pero sus compañeros de juerga lo detuvieron y me dijo \”te crees muy chingón, ¿no?\” y le contesté \”sí­\”, y peor se puso.

Obviamente ni hubo enviado, ni hubo trabajo en la revista, ni hubo chamba en ningún otro lugar donde él me recomendaba, porque o yo no lo tomaba en serio, o el resto de la gente le daba el \”avión\”, pues siempre andaba en el \”agua\” y nunca daba seguimiento a las cosas.

Después de varios días de caminar con él, de visitar varios bares y conocer diversas cantinas, le perdí­ la pista. Hasta ahora, que espero descanse en paz, aunque sea con un tequila o un cognac en la mano.

Salud!!!

Deja un comentario